Minutos que nos definen
Por Daniel Dessein
Para LA GACETA - TUCUMÁN
2014 es el año en el que los celulares superaron en cantidad a los habitantes del planeta. En la Argentina, el porcentaje es mayor que la media global. Hay tres celulares cada dos habitantes. Las pantallas (las de los celulares sumadas a las de los televisores, tabletas, computadoras portátiles y de escritorio) se duplicaron dentro de los hogares argentinos durante los últimos ocho años.
De acuerdo al último estudio de hábitos de lectura de la Secretaría de Cultura de la Nación, cuatro de cada diez argentinos no leen ningún libro durante el año. Otros cuatro leen entre uno y cuatro títulos. Solamente dos de cada diez superan los cuatro. Los argentinos que leen (un libro o más al año) dedican una media de cinco minutos diarios a esa actividad. Es en la competencia por el tiempo y la atención donde los libros pierden escandalosamente con la televisión, la radio, las redes sociales y los videojuegos.
El cerebro fue uno de los insospechados protagonistas del mercado editorial en 2014. Estanislao Bachrach, que sigue apareciendo intermitentemente en las listas de más vendidos con su best seller de 2012 Ágil mente, publicó recientemente En cambio, título que también agota edición tras edición y que aborda el potencial del cerebro para transformar nuestras vidas. Facundo Manes ocupó durante varios meses los primeros puestos en los rankings con Usar el cerebro, texto que enfoca cómo funciona este órgano poco conocido pero determinante para nuestro destino. En El cerebro lector, el neurocientífico francés Stanislas Dehaene revela que leer cambia morfológicamente nuestro cerebro. Leer la mente, del escritor mexicano Jorge Volpi, muestra cómo la ficción, usualmente asociada a lo inútil, cumple una tarea esencial para nuestra supervivencia: nos obliga a representarnos situaciones hipotéticas, nos ayuda a predecir nuestras reacciones y, por lo tanto, a modelar nuestro futuro. Las buenas ficciones nos atrapan porque activan un reflejo darwiniano que nos impulsa a avanzar en la historia para ver qué pasará más adelante. Finalmente, la ficción cumple una función más relevante. Al permitirnos entrar en las vidas y en las mentes de personajes diversos se convierte en una herramienta extraordinaria para ser plenamente humanos.
En este número rescatamos, a partir de la recomendaciones de nuestros colaboradores, algunos de los libros de este año que pueden hacer ese invalorable aporte. La lectura, hoy acorralada por competencias aparentemente más sofisticadas, sigue definiéndonos como ninguna otra práctica. Somos, como decía Tomás Eloy Martínez, los libros que hemos leído. O el vacío abierto por su ausencia.
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La ficción no es inútil *
Por Jorge Volpi
Leer cuentos y novelas no nos hace por fuerza mejores personas, pero estoy convencido de que quien no lee cuentos y novelas -y quien no persigue las distintas variedades de la ficción- tiene menos posibilidades de comprender el mundo, de comprender a los demás y de comprenderse a sí mismo. Leer ficciones complejas, habitadas por personajes profundos y contradictorios, como tú y como yo, como cada uno de nosotros, impregnadas de emoción y desconcierto, imprevisibles y desafiantes, se convierte en una de las mejores formas de aprender a ser humano.
* Fragmento de Leer la mente (Alfaguara, 2014).
La verdadera razón para leer novelas*
Por Gonzalo Garcés
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Dejen de repetir que la literatura no tiene que ver con la vida. Dejen de espantar lectores. En sus años de formación, nuestros chicos hacen lo mismo que todos los mamíferos de orden superior: buscan conocimientos que los ayuden a sobrevivir en el mundo real. El resto, por instinto, lo descartan. Insistir en que la literatura es un juego gratuito es desconocer al mismo tiempo qué es la literatura y qué es un juego. Como sabe cualquier maestra jardinera, todo juego es ensayo. El placer que nos causaba, de chicos, el juego, no se debía a que estaba desligado de la realidad, sino a que mejoraba la realidad. En el juego las cosas salían como queríamos, mientras que en la vida -intuíamos- el asunto iba a ser más bravo. Bien: la literatura, sin ninguna duda, mejora la realidad. La mejora en los dos sentidos del término: es una versión mejor de la vida, y también contribuye a mejorar literalmente la vida real. En primer lugar, la hace inteligible. Y en realidad con eso alcanza. El hombre del subsuelo de Dostoievski sufrirá y no encontrará salida, pero encuentra palabras para expresar ese sufrimiento y eso representa un mundo de diferencia en comparación con el sufrimiento que es pura sensación inarticulada, que te rodea como una neblina y que te puede matar. Espero que no sufras, pero si un día te toca sufrir espero que hayas leído Apuntes del subsuelo, porque te habrá dejado palabras para nombrar lo que te pasa y aquello que se puede nombrar tiene una oportunidad de arreglarse.
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* Fragmento de un artículo publicado originalmente en estas páginas en 2013.
La proeza de leer*
Por Stanislas Dehaene
En este preciso momento, su cerebro está realizando una proeza asombrosa: Está leyendo. Sus ojos analizan la página en pequeños movimientos espasmódicos. Cuatro o cinco veces por segundos, su mirada se detiene el tiempo suficiente para reconocer una o dos palabras. Por supuesto, usted no se percata de cómo esta información va ingresando entrecortadamente. Sólo los sonidos y los significados de las palabras llegan a su mente consciente. ¿Pero cómo es que unas pocas marcas de un papel blanco proyectadas en su retina pueden evocar un universo entero, como hace Vladimir Nabokov en las primeras líneas de Lolita?
* Fragmento de El cerebro lector (Siglo XXI, 2014).
Las lecturas y sus usos
Por Fabián Soberón
Para LA GACETA - TUCUMÁN
En contra del lugar común que ve en la lectura una actividad inútil, creo que las lecturas diversas tienen fines múltiples y útiles, a veces misteriosos o insospechados. Un jurista lee su pieza de derecho con el propósito de encarar la resolución de un dilema jurídico. Un actor lee la pieza escrita para crear su puesta escénica. Un lector de ficciones no sabe que esa novela conformará, de manera subterránea e indirecta, su forma de entender o desentender el mundo. Un filósofo lee la tradición filosófica para reinventar una manera de interpretar el mundo. Un lector de ensayos descubre en las piezas múltiples de Montaigne el sentido de su vida. Las lecturas tienen un fin pero no tienen el mismo fin. A pesar de que los lectores no saben que las lecturas pueden cambiar su manera de interpretar su vida, es posible pensar que, aunque los libros no ayudan a la revolución social, sí contribuyen a configurar el sentido del mundo para un individuo o un grupo. Wittgenstein sostiene que el sentido de las palabras está dado por su uso. En una paráfrasis libre de la idea del filósofo, pienso que el sentido de un libro está dado por su uso. O, dicho de una manera mejor: los usos de las lecturas son múltiples y modifican de manera parcial o total una vida de un modo impensado o subterráneo. En contra de Aristóteles, creo que no es excelso sólo lo que es inútil sino que el sentido de una cosa se define por una involuntaria utilidad interpretativa. Un libro de derecho, una ficción, un tratado científico, un libro de autoayuda no sólo hacen más felices o desgraciados a sus lectores (y, por tanto, modifican su estado de ánimo momentáneo) sino que pueden modificar su concepción del arte, del tiempo o de la vida. Un libro es un mero objeto físico que engendra un cúmulo de sombras. Pero es uno de esos objetos físicos que pueden alterar los estados simbólicos, el estadio inefable e invisible de la vida: el modo de interpretar la realidad.
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